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La soja en el Cono Sur

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Según comentarios, causó malestar en el Rectorado de la Universidad Nacional de Asunción (UNA) la celebración del congreso Transgénicos, plaguicidas y salud humana, en el auditorio de Clínicas (San Lorenzo), la semana pasada. No lo creo porque, como señaló el doctor Damián Verzeñasi (un destacado participante del congreso), el juramento médico es primum non nocere (lo primero es no hacer daño); la posibilidad de que los transgénicos puedan hacer daño es razón suficiente para ocuparse del asunto.
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Si la soja transgénica llegó al Paraguay ilegalmente en el año 2000, era hora de que se la estudiara en el ámbito universitario.

En el seminario, la doctora Georgina Catacora me regaló el libro Producción de soja en el Cono sur de las Américas, resultado del trabajo conjunto de investigadores de Bolivia, Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay. Los investigadores mencionados han trabajado juntos porque sus países tienen algo en común, como consecuencia de la globalización de la economía de la soja. Hay más producción porque hay más demanda internacional.

Sin embargo, esa demanda tiene una característica y es la externalización de los costos ambientales y sociales de los transgénicos (predominantes en el caso de la soja). Ciertos países importan soja porque no quieren producirla en sus territorios, donde hay regulaciones ambientales más estrictas: por ejemplo, se prohíben los pesticidas tóxicos, como el paraquat y el 2,4-D, usados en Sudamérica.

Con relación a los agrotóxicos, dos cosas me llamaron la atención: (1) que el Paraguay sea un exportador de los mismos y (2) la falta de información precisa sobre su uso en el Paraguay, que contrasta con las estadísticas de los otros países del Cono Sur. En este sentido, las autoridades nacionales han sido honestas al declarar que no tienen medios para controlar las fumigaciones. A pesar de la imprecisión, en todos los países estudiados se ha comprobado que el aumento del cultivo de la soja transgénica ha provocado un incremento de los agroquímicos (incluyendo los más tóxicos). Esto se debe a que el cultivo de la soja transgénica lleva a la aparición de malezas resistentes a los agroquímicos, que a su vez obliga a usar más agroquímicos.

Por otra parte, el aumento de la producción sojera ha significado un incremento de la deforestación, y la disminución de ciertos cultivos de subsistencia. En el Paraguay, entre 1991 y 2010, aumentó enormemente la producción de la soja, pero disminuyó mucho la de la mandioca, y la del poroto no aumentó. Tomando en cuenta que la población sí aumentó, me permito dudar de que el objetivo de los transgénicos sea combatir el hambre, como afirman sus promotores; las exportaciones para la producción de biocombustibles no benefician la dieta del campesino. Tampoco la beneficia la concentración de la propiedad de la tierra, otra característica de la producción sojera, según muestra el estudio con estadísticas. En resumen, las consecuencias sociales y ambientales del cultivo no han sido beneficiosas, y el aumento de la producción no se debe a que la variedad transgénica sea mucho más productiva que la no transgénica, afirma el estudio, que me ha parecido muy interesante.

Por Guido Rodríguez Alcalá
UH

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