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Las mujeres de la yerba mate

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Un grupo de mujeres lidera la cosecha de la yerba mate orgánica en Tavapy, Alto Paraná. Con esfuerzo, ellas resisten a la embestida de los grandes sojeros que sueñan con cubrir también sus tierras.

Diana Villalba trae las hojas secas. Ninfa Torres prepara el molino tradicional para granos. Mercedes Villalba se encarga de colar la yerba para buscar el polvo. Ninfa Villalba se ocupa, en tanto, de organizar lo que será la entrega de los materiales para los hombres que traba­jarán –varios de ellos por pri­mera vez– en la cosecha de la yerba mate.

Es un día soleado este miér­coles 12 de junio y aquí en la colonia Tavapy II, en el dis­trito de Tavapy, departa­mento del Alto Paraná, hay buen ambiente entre las inte­grantes de la Asociación de Mujeres Virgen del Rosario. Están preparando lo que será otra presentación de una línea de productos con un agregado especial: la yerba mate en polvo. La produc­ción va desde la tradicional yerba para el mate o tereré, pasando por el té, hasta el polvo que se puede usar como ingrediente para ela­borar tortas, chipas, mbeju e incluso para hacer cócteles.

“Se puede usar para todo y va bien con todo. La yerba mate es una de las plantas más nobles que podemos tener”, explica el ingeniero Lucas Mongelós, uno de los encar­gados en campo del proyecto Mate, que financia la organi­zación WWF y que es justa­mente la que está llevando acabo este trabajo. En Vir­gen del Rosario son 28 muje­res, cabezas de familia, que se organizan con un objetivo primordial: trabajar en sus tierras para evitar sumarse a la migración forzada, que ya arrastró a muchos amigos, vecinos y parientes.

Esta asociación nació en 1992 con la idea de ayudarse entre las mujeres de Tavapy. “Nos juntamos y dijimos que teníamos que hacer algo. La situación nunca fue fácil por acá y más aún para nosotras, entonces empezamos a orga­nizarnos, a trabajar”, dice en un guaraní contundente Jor­gelina González, presidenta de la organización, pero a quien se la conoce como “Ña Lely” por esta zona.

“Ña Lely”, madre de cua­tro hijos y oriunda de San Lázaro, Vallemí, explica que en principio costó mucho encontrar un rubro que sea rentable o, al menos, que pueda ayudar, o en lo posible mantener la eco­nomía de la casa. “Arran­camos con gallinería, pero no teníamos los conoci­mientos ni ayuda técnica. No surgió eso. Después pro­bamos con otras plantacio­nes y tampoco fue exitoso. Fue una lucha desde que arrancamos con esta orga­nización”, dice “Ña Lely”.

Uno de los puntos que men­ciona la mujer hace referen­cia a la falta de formación y asistencia técnica para los pequeños productores. Si a este fenómeno se le suma que encima son mujeres, la cuestión es mucho más compleja. Sin embargo, estas mujeres de la yerba mate nunca se rindie­ron ante el avance de la agricultura mecanizada a gran escala.

Justamente los gran­des sojales llevan la delantera en esta parte del Alto Paraná en cuanto a plantacio­nes. De las 43.600 hec­táreas de superficie que tiene el municipio de Tavapy, el 61% (27.000 hectáreas) está cubierto de granos, principal­mente soja, según reporte ofi­cial que tienen en la munici­palidad. La población actual no supera los 11.700 habitan­tes, según el último censo municipal del 2015.

“Para nosotros es fundamen­tal ayudar en este tipo de ini­ciativas para que la gente se quede en su pueblo. Quere­mos ayudar a los pequeños productores”, dice el inten­dente de Tavapy, Aníbal Fidabel Romero (PLRA), quien está en el cargo desde el 2012, justamente el año en que este distrito se hizo municipio. Desde entonces, según pobladores de este pue­blo, mucha gente migró de la ciudad. “El desarraigo es un problema muy grande”, dice el jefe comunal.

Según datos de la Dirección General de Encuesta, Esta­dísticas y Censos (DGEEC), el departamento del Alto Paraná pasó de ser receptor a expulsor neto de migran­tes internos en el país, por lo menos hasta el 2002. Desde la DGEEC explicaron a La Nación que la encuesta del 2012 presentaba números que no eran coherentes en cuanto a migración interna, por lo que se optó por no vali­dar esas cifras.

“Hasta el 2002, la migración urbana-urbana, es decir de una ciudad pequeña a una grande, fue la que más se tuvo a nivel país. Tenemos cifras macros del censo del 2012 que hablan de que unas 300 mil personas migraron de su lugar de origen. Sin embargo, esos números no se validaron finalmente. En segundo lugar ya aparece, sí, la migra­ción rural-ur­bana”, explica Yolanda Barrios, direc­tora de Estadística de la DGEEC.

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En la mesa hay serruchos especiales, pinzas específi­cas para ramas y bolsas. El kit completo para hacer la cose­cha de la yerba. El día apunta a marcar historia para ellas, para la asociación y para el proyecto. Es la primera vez que las parejas de las mujeres de la asociación se suman al trabajo. Todos son labriegos. Pequeños productores de 30 a 40 hectáreas que resisten al empuje de la plantación a grandes escalas de los granos, principalmente soja.

Ninfa Villalba es hija de Jor­gelina, también forma parte de la asociación y es la encar­gada de llevar los apuntes para la entrega de los insu­mos. Primero se hace una reunión informativa sobre el avance del proyecto, de cómo va la cosecha, de las hectá­reas que están trabajando y de cuáles son los objetivos a mediano y largo plazos.

“Gracias a estas mujeres yo tengo ahora mis tierras, tengo mi pequeña cosecha y gracias a ellas aprendí a trabajar con la yerba mate”, dice Francisco Núñez, un productor que, gracias a las capacitaciones y talleres en los que participó con respecto a este rubro, hoy es quien se encarga de orien­tar a los esposos de las muje­res de la asociación.

Si bien varios de estos seño­res ya trabajaron en la cose­cha de yerba mate, lo cierto es que la cuestión técnica hace la diferencia porque todo tiene un sustento técnico, explica Ninfa. “Nosotros, por ejem­plo, antes hacíamos la poda con machete puro, y eso las­timaba profundamente a la planta. No teníamos idea de a cuántos metros tenía que estar separada cada planta, o de cómo hacer las podas, cómo proteger las hojas. Toda esa asistencia que tenemos ahora ayuda a mejorar nues­tra cosecha”, cuenta Ninfa.

En ese sentido, el trabajo de Núñez es vital a la hora de formar técnicamente a los hombres, quienes se harán cargo de la poda de la yerba para empezar la cosecha. Además, otro punto a favor de esta yerba, explica Núñez, es que no necesita echar árbo­les para su plantación, sino que puede ir tranquilamente acompañada de otros dentro del terreno.

“Lo que puedo decirte es que con esta asociación estoy agradecido. El año pasado, en mi chacra, me dediqué a la sandía gracias a la asisten­cia que ellas me dieron y tuve una cosecha orgánica exce­lente”, cuenta Antonio López, otro productor de la zona que, sin tener a su esposa dentro de la asociación, igual se acercó al taller informativo y ya lleva su tip para la producción de yerba mate.

Toda la asociación maneja al menos unas 2.300 hectá­reas entre todas las familias que forman la agrupación. Muchas de estas mujeres que trabajan en sus tierras son madres solteras. “Con ellas se trabaja en forma espe­cial porque son el sostén de la casa. Muchas traen a sus hijos e hijas y otras los dejan con algún pariente. Pero en general, se trabaja entre todos y en conjunto”, dice “Ña Lely”.

El grupo habilitó con el tiempo un pequeño tin­glado en un predio pegado al terreno de la casa de “Ña Lely”. Por la pared de este local se lee “Toda la hoja” y el dibujo de una hoja de la yerba mate. La referencia es obvia; en el proceso de producción que tienen estas mujeres se utiliza toda la hoja porque se trata de una forma de trabajar en conjunto y en forma arte­sanal, utilizando todo lo que la yerba pueda dar.

LA PRODUCCIÓN COMUNITARIA Y ORGÁNICA

El proyecto Mate busca un trabajo en comunidad y que eso sirva de sostén económico para la familia, pero con un elemento fundamental: la producción orgánica y arte­sanal de la yerba. “Tenemos una capacidad de producción ahora de al menos 150 kilos de yerba seca por día”, dice “Ña Lely”.

Todo se hace a mano, incluso lo que se llama el “sapecado”, que consiste en hacer pasar las ramas de la yerba sobre el fuego con la idea de gene­rar una exposición directa de la planta al calor. Es un proceso normal en el rubro que sirve para sacar toda la humedad de las plantas. Después viene el secado. Si bien en la asociación tienen una máquina para hacer este proceso, generalmente utili­zan los dos sistemas.

Apostar por la yerba mate orgánica para el tereré y el mate resulta un desafío importante. Por ahora, la producción no fue signifi­cativa, pero la idea es llegar a más mercados. “Parte del proyecto es también esta­blecer alianzas para que se pueda ver la parte comer­cial. Mostrar lo que se hace, de la manera en que se hace, de manera totalmente arte­sanal y orgánica, es un punto muy bueno para ellas”, dice Lucas Mongelós.

El proyecto Mate reúne en total a cinco comunidades del Alto Paraná. Están involucra­das unas 230 familias, pero las de Virgen del Rosario resal­tan porque son mujeres las que se apoderaron del caso y se empoderaron del proyecto.

Ahora que los esposos tam­bién se suman al proyecto en Virgen del Rosario, el plan está cerrando. Si bien este tipo de procesos tiene sus contra­tiempos que se presentan de diversas formas, la participa­ción de los hombres, enten­diendo que son sus esposas quienes llevan adelante la empresa, es un valor agre­gado cultural muy impor­tante, agrega Mongelós.

En efecto, la idea con la par­ticipación de los hombres es que con la próxima zafra de yerba mate, ellos se encar­guen de la cosecha y las mujeres de la producción, haciendo el polvo, la yerba seca y el picado.

Ubicado a unos 30 kilómetros de Santa Rita, donde el pro­greso tiene acento portugués, Tavapy se muestra como una pequeña resistencia liderada por mujeres con acento gua­raní y que aspira a convertirse en progreso gracias al trabajo con la yerba mate. LA NACION

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